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El Pacto y la Disciplina

8/2/2023

 
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Por José L. González 
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La disciplina es la obediencia voluntaria a las reglas y al régimen que las inculca y refuerza, aplicando consecuencias a la desobediencia. Enseñar a un ser humano a disciplinarse es una importantísima forma de amarlo, y el acatar las reglas de la autoridad, es asimismo una correspondencia a ese amor.  
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El carácter se desarrolla en base a la disciplina.  El ser indisciplinado jamás podrá alcanzar el potencial que Dios le dio, porque su desobediencia asegurará que deshaga con una mano lo que ha construido con la otra.  
¿Qué es lo que Dios quiere que disciplinemos?  Principalmente nuestra propia carne.   Además, tenemos que enseñar, requerir y cuando sea necesario administrar disciplina a todos aquellos que Él ponga a nuestro cargo: hijos, alumnos, discípulos.  Finalmente, en nuestra convivencia con otros seres humanos, todos debemos colaborar en la enseñanza y en la aplicación de disciplina para todos los que la necesiten y que estén al alcance de nuestra enseñanza, ejemplo o influencia.   

Para disciplinar nuestra carne, tenemos que comenzar por nuestros apetitos, que sin disciplina tienden a controlarnos y llevarnos al pecado.  Dios nos ha dado reglas, y a nosotros nos incumbe regular nuestros apetitos, sujetándolos a los propósitos para los cuales Dios los creó y a la santa moderación. Con esto me refiero a la medida que el sentido común nos dicte y el Espíritu Santo nos permita, lo cual puede variar de persona en persona porque depende del grado de madurez de carácter que hayamos alcanzado.   

Hay diferentes tipos de disciplina: física, espiritual, intelectual y afectiva, pero todas se basan en el control propio que sujeta nuestros apetitos naturales a nuestra voluntad.  El carácter puede ser disciplinado por la carne (los impulsos pecaminosos que nacen del ego, el orgullo, la ambición, la venganza, etc.).  Cuando es así, sujetamos nuestros apetitos y cultivamos fuerza de carácter, por motivaciones egoístas, de bajo valor, o incluso malsanas.  Por ejemplo, un atleta, un artista o un profesional pueden disciplinarse sólo para ganar más y superar a otros.  El discípulo, en cambio, adopta voluntariamente la disciplina, sujeta sus apetitos para obedecer y agradar a Dios.  Eso eleva la mera “disciplina” a un nivel santo, constituyendo su “discipulado”, el seguimiento de Cristo y su Palabra, bajo el poder del Espíritu que nos lleva al Padre Celestial.   

Entre las principales dimensiones de la disciplina están la disciplina sobre los sentimientos, la espiritual, la del intelecto, la sexual, la financiera, la de la voluntad y el cuidado físico.  Dentro de cada uno de estos ámbitos Dios nos ha dado reglas, morales y de sabiduría práctica, cuyo cumplimiento nos lleva a desarrollarnos a la plenitud de nuestras capacidades.  Una lista parcial de aplicaciones de la disciplina sería, por ejemplo: 

La disciplina espiritual consiste en vivir concorde a la voluntad de Dios, cultivando nuestra relación mediante la oración, la lectura de su Palabra, la meditación y la contemplación, el ayuno, las ofrendas, congregarse, recibir los sacramentos, tener auténtica convivencia, sujetarnos a las autoridades y estar dispuestos a rendir cuentas, etc.  

Disciplina intelectual: cultivando nuestros dones intelectuales al máximo posible toda la vida, para la honra de Dios y el beneficio de la humanidad, no solo el propio.  Requiere guardarnos de argumentos que excluyen o contradicen la voluntad de Dios, en nuestros gustos y conceptos filosóficos y políticos. 

La disciplina sexual, es la más importante, siendo el apetito sexual el más exigente, y hasta urgente.  Esto disciplina o regula mis ojos, mis lecturas, mis pensamientos, mi conducta y mis amistades.   

La disciplina financiera, requiere que vivamos dentro de nuestros medios, tratemos de mejorarlos y nos limitemos para ahorrar, invertir y compartir nuestros recursos con los que carecen.  

Disciplinar la voluntad consiste en abandonar o rechazar todo lo que no le agrade a Dios, procurando agradarle más.  Incluye cumplir las promesas, atender la familia, seleccionar las amistades, obedecer las leyes (tráfico, impuestos, votar), cumplir y rendir cuentas a nuestros empleadores, devolver bien por mal, etc. 
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El cuidado físico de la salud, la alimentación, el ejercicio del cuerpo, la higiene personal, la indumentaria, son parte de una buena mayordomía de lo que Dios me ha dado, el cuidado del cuerpo como templo del Espíritu Santo y como herramienta necesaria para extender el reino de Dios, sin ser carga para otros.    ​

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