Transformados por el Pacto
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Machismo y Matriarcado: Sus raíces tóxicas y antídoto

1/8/2022

 
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Por José L. González

Todos tenemos debilidades de carácter, fruto de nuestra crianza en hogares disfuncionales, las cuales a su vez producen una especie de subdesarrollo: tanto personal como institucional y que terminan causando el subdesarrollo socioeconómico de nuestras sociedades.   
 
La estructura tradicional de nuestra familia hispanoamericana es enfermiza; en lugar de siervos y siervas, produce varones déspotas y débiles, y mujeres dominantes; pero, al mismo tiempo, oprimidas.  Esto crea sufrimiento en los hogares, se propaga de generación en generación y es, a mi juicio, la causa de nuestro subdesarrollo, personal y nacional.
Quienes nos criamos bajo ese régimen injusto y engañoso, no sabemos obedecer ni gobernar.  Por desconfiar de otros, no nos unimos, ni maduramos debidamente; y típicamente, abusamos o evadimos la autoridad.  Simón Bolívar dijo: “Hispanoamérica es ingobernable.” Y Oscar Arias, Presidente de Costa Rica, analizando el comparativo subdesarrollo hispanoamericano concluyó: “Algo hicimos mal” y lo atribuyó a la carencia de la Biblia entre nuestros fundadores.
 
La fuente del problema se encuentra en nuestra historia y la cultura que ésta originó.  Una imposición religiosa y estatal dio origen a una sociedad injusta, desigual y moralmente corrupta, perpetuando un desorden sexual que pobló América de mestizos ilegítimos.  (Más del 50% de los latinoamericanos nacemos fuera de Pacto aún hoy).
 
Además, un cristianismo medieval sin reformar opacó por 400 años la Palabra de Dios, interpuso una iglesia ritual al Pacto directo de Dios con sus hijos, suplantando al Padre Celestial.  Ese déficit de la Palabra, del Pacto y de la Paternidad, nos heredó una cultura enfermiza:
​
-       Una familia desordenada y engañosa, desobediente y consentidora.
-       Una religiosidad fanática, pero nominal; doctrinalmente absolutista, pero permisiva en la práctica.
-       Una ciudadanía ingobernable, fácilmente manipulada y sobornable.
 
Nuestro desorden personal y social comienza en el hogar, donde el varón domina en lugar de servir (Machismo), y la mujer controla en lugar de sujetarse (Matriarcado).  Tristemente, la sociología nos reconoce como modelos de ese patrón de conducta vergonzosa.
 
Necesitamos hacer un análisis radical de nuestra cultura para aplicar la solución que Dios, el único capaz de transformarnos, nos ofrece.  Urge ser transformados por el Espíritu Santo, como el pueblo de la Palabra, del Pacto y de Su Paternidad. Y para que la transformación sea auténtica y duradera, tiene que comenzar por nuestro Pacto matrimonial, ya que el error de nuestra cultura, es permitir ensalzar la desigualdad y el maltrato entre el hombre y la mujer, con terrible daño de los hijos.
 
El punto de partida de este proceso transformador tiene que ser la familia, donde la imagen de Dios se completa en dos discípulos unidos con Él y por Él en un Pacto.  Como tales, deben hacer un matrimonio de Pacto donde podrán ayudarse mutuamente a luchar y sanar su propio legado y su propia carne, criando juntos hijos de Pacto.  Para éstos, vivir sujetos a Dios y a sus reglas, será normal y posible, porque habrán visto a sus padres luchar contra su carne (en lugar de luchar el uno contra el otro) y con el poder de Dios, lograr victorias.   
 
Sólo entonces, con iglesias modelo, líderes propagadores y parejas multiplicadoras de una cultura de Pacto, podremos ofrecerle a nuestra sociedad los ingredientes que necesita para salir del subdesarrollo. Me refiero a hombres y mujeres de carácter, con una excelente formación y dispuestos a pagar el precio, para darle a nuestros pueblos una visión y un modelo bíblico de lo que Dios quiere para la humanidad. 

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