Transformados por el Pacto
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Mi testimonio personal

31/1/2023

 
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Por José L. González 

Cuando yo me entregué a Cristo a los 33 años junto con mi esposa, nuestro mundo se volvió repentinamente “patas arriba”.  En poco tiempo perdimos todas las amistades que teníamos, pero fuimos recibidos instantáneamente por toda una nueva familia, la de los hijos de Dios.  Ese mismo día entregamos nuestra relación, física, emocional e intelectual a Dios, y en las primeras semanas reorganizamos nuestra vida y nuestra economía y le entregamos todos los “derechos”, que acostumbrábamos a proteger.  
Algunos de los conceptos que aprendimos de inmediato fueron: 

  1. Reordenar las prioridades (“Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia…” Mateo 6:33) 

  2. Confiar a Él nuestras necesidades materiales (“…todo lo demás se os dará por añadidura”). 

  3. Someter todas las finanzas al control del Señor (salario, empleo, compras, crédito) 

  4. Establecer su señorío sobre nuestra salud, tiempo, relaciones, carrera, finanzas, etc. 

  5. Cumplir las promesas: Lo que he prometido pagar no me pertenece, sino es de otro. 
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  6. Diezmar antes de todo otro gasto, sin cuestionar si es conveniente o si hay para vivir 

Habiendo vivido una rebelión radical durante muchos años, el Señor en su misericordia nos regaló un programa radical de disciplina.  Una pareja de hermanos nos discipularon intensamente cada día durante meses.  Él me permitió ver de cerca el fruto de la rebelión en un empleo donde analicé desde el tope el sistema carcelario del estado para luego trabajar como guardia en una prisión durante más de dos años. Allí aprendí a acatar órdenes, a menudo difíciles, y a aplicar las reglas disciplinarias a los prisioneros, y pude ver claramente el efecto beneficial de la obediencia.   

Durante más 10 años, Él me mantuvo estudiante en su Palabra los conceptos de autoridad y de obediencia.  Además, me llevó a estudiar una maestría en gobierno en un programa basado en los principios bíblicos.  Así entendí poco a poco la importancia fundamental del pacto, y al dictar quince veces dos cursos de maestría sobre nuestra cultura pude identificar las raíces tóxicas de nuestra cultura. La ignorancia del Pacto y la improvisación que lo reemplaza, son el caldo de cultivo de nuestra rebelión y de nuestro consiguiente subdesarrollo, personal y social.  

Sin exagerar, el principal instrumento discipular que Dios ha usado en mi vida es nuestro matrimonio.  El pacto matrimonial entre dos discípulos origina una relación tripartita por la cual Cristo, que es la cabeza de cada una de nuestras vidas, pasa a presidir nuestro matrimonio y nuestra familia.  Él se convierte, a través de su Espíritu, en el guía, el instructor, el corrector, árbitro, potenciador, juez y premiador de toda nuestra conducta, incluyendo nuestro discurso interior, nuestras motivaciones y actitudes. 

Después de criarnos bajo la instrucción de padres temerosos de Dios, y viviendo siempre bajo la enseñanza de la sana doctrina de la iglesia, no hay mejor vehículo para crecer en Cristo que vivir un matrimonio de Pacto.  Dos discípulos que se apoyan y ayudan mutuamente para crecer cada cual, en Cristo, sanándose juntos de las heridas y la herencia personal insalubre, conquistando unidos los hábitos y debilidades de cada uno, intercediendo, animando y rindiéndose cuenta voluntariamente ante el Señor.  Esa unidad tripartita es el aposento terrenal donde el Amor prevalece y da fruto, para beneficio de los cónyuges, de sus hijos y de todos los que están cerca.  

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