Por José L. González
El Pacto es antes que nada, un pacto de amor inmerecido e incondicional, la gracia sobreabundante e inagotable que Dios derrama sobre sus hijos. La Biblia nos revela un Dios que hace pactos: con Adán (creced y multiplicaos) y luego de la caída, un Redentor; con Abraham (le da un hijo cuya descendencia será incalculable), con Moisés (los Diez Mandamientos de la Ley), con David (su descendiente ocupará el trono para siempre), etc. Pero el Pacto más importante de todos, profetizado en el Antiguo Testamento, es el que nos hace a través de la muerte y resurrección de Jesucristo, redimiendo por la fe a los creyentes y otorgándonos el privilegio de ser hijos de Dios. Por José L. González
Cuando yo me entregué a Cristo a los 33 años junto con mi esposa, nuestro mundo se volvió repentinamente “patas arriba”. En poco tiempo perdimos todas las amistades que teníamos, pero fuimos recibidos instantáneamente por toda una nueva familia, la de los hijos de Dios. Ese mismo día entregamos nuestra relación, física, emocional e intelectual a Dios, y en las primeras semanas reorganizamos nuestra vida y nuestra economía y le entregamos todos los “derechos”, que acostumbrábamos a proteger. Por Nestor Romero
Una de las diferencias más notorias que encontramos entre hombres y mujeres, es su sentido de dignidad. En el caso de las mujeres, por diseño, ese sentido de dignidad está íntimamente asociado con su seguridad, que se manifiesta en que toda mujer necesita ser amada, ser cuidada, ser protegida, ser guardada. Cualquier acción, intención o falta de éstas, que atenten contra su seguridad expresada en estas necesidades, son definitivamente violencia contra la mujer. Es popular el considerar únicamente el maltrato físico como violencia, por ser más notorio, pero pasamos por alto las consecuencias nefastas de otros tipos de violencia, que se ilustran a continuación. Por José L. González
Todos tenemos debilidades de carácter, fruto de nuestra crianza en hogares disfuncionales, las cuales a su vez producen una especie de subdesarrollo: tanto personal como institucional y que terminan causando el subdesarrollo socioeconómico de nuestras sociedades. La estructura tradicional de nuestra familia hispanoamericana es enfermiza; en lugar de siervos y siervas, produce varones déspotas y débiles, y mujeres dominantes; pero, al mismo tiempo, oprimidas. Esto crea sufrimiento en los hogares, se propaga de generación en generación y es, a mi juicio, la causa de nuestro subdesarrollo, personal y nacional. Por Nestor Romero
En días pasados estaba pensando sobre ¿cuál pudo haber sido el origen de la profunda tristeza que agobió a nuestro Señor Jesucristo, en el huerto de Getsemaní, en el preámbulo de su crucifixión? ¿Cuál era el contenido de esa copa por la que Él clamaba al Padre que le fuese quitada? Me es difícil pensar que Jesús hubiese temido el llevar sobre sí nuestras enfermedades, nuestros dolores, o aún el pecado de todos nosotros (Isaías 53:4-6), después de todo formaba parte del propósito, que Él tenía claro. No me cabe duda que su profunda tristeza estaba relacionada, con la clara idea de que, por causa del pecado sobre sí, estaría separado del Padre (Isaías 59:2). Por Néstor Romero
Entre los artículos que forman parte de la declaración universal de derechos humanos, no se ve alguno que exprese la necesidad fundamental del ser humano de sentirse amado incondicionalmente. Increíblemente, ni siquiera hay alguno que se refiera explícitamente al amor en alguna manera. Sin embargo, aquí se está hablando no sólo de la necesidad de sentirse amado con amor incondicional, que es el amor legítimo, sino de aprender a amar a otra persona de esta manera, puesto que no se debe entender este tipo de amor como un amor ficticio o ideal, como el descrito por los poetas románticos, sino como un amor que se puede brindar de manera práctica por el beneficio del ser amado. Quizá lo más cercano a este tipo de amor que se haya experimentado, sea el amor maternal. |